COVID-19: ¿Nos preparamos para una nueva normalidad?

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6 min readJun 17, 2020

Por: Verónica Mesa

La pandemia sigue sin retirarse. En América Latina, los casos diagnosticados siguen en ascenso y los gráficos siguen mostrando curvas de contagio que no parecen aplanarse. Irónicamente, cuando la región presenta escenarios en salud más complejos que al inicio de la pandemia global, simultáneamente se relajan las medidas de aislamiento y cuarentena.

Este es el caso de países como Brasil y México, cuyo manejo de la crisis del COVID-19 ha sido incauto desde el inicio y quienes ahora se disponen a levantar restricciones y hasta permitir vuelos internacionales en medio de altas cifras de contagiados. No obstante, naciones que tomaron a tiempo medidas preventivas ante la crisis como Chile y Perú en el último mes también han visto sus casos en alza. Esto cuestiona la efectividad de las disposiciones de la cuarentena para reducir los contagios y la posibilidad/capacidad de las personas para acatarlas.

Ciudades que tenían semanas relajando las disposiciones de aislamiento, han tenido que volver a contener a sus habitantes al ver cómo aumenta el número de contagiados. Bogotá es un caso notable. Semanas después de haber eliminado la polémica medida del pico y género para ingresar a los comercios, la alcaldía se ve obligada a declarar una alerta naranja en el sistema de salud por la ocupación de las unidades de cuidados intensivos de la ciudad a más del 54%. Ahora se impone una nueva medida restrictiva de la misma índole, el pico y cédula.

Aunque el pronóstico del sistema de salud bogotano no es el mejor, por lo menos evidencia algún tipo de manejo preventivo por parte de la administración. Cuando las pandemias colapsan los sistemas de salud incluso los casos que se presumían tratables pueden volverse mortales. En especial cuando los recursos para el manejo seguro de lxs enfermxs comienzan a escasear.

Esto es particularmente cierto en lugares como Maracaibo, Venezuela, donde normalmente las condiciones básicas de servicios públicos y medicinas tanto para los centros de salud como para el público en general son paupérrimas e intermitentes. El aumento significativo en los casos de COVID-19 en una ciudad con una infraestructura hospitalaria en ruinas no puede ser más que caos.

Los profesionales de salud del hospital más grande de la ciudad y de ese departamento afirman de manera anónima -por temor a represalias de un gobierno que sistemáticamente censura las verdades incómodas- que la situación es tan catastrófica que el propio hospital es un lugar peligroso y de alta probabilidad de contagio. Comenta el personal: “Si no te estás muriendo no vengas, porque aquí te terminan de matar”.

Entonces, ¿por qué a pesar de que las cifras de contagio van en ascenso (a excepción de los lugares que ya fueron epicentros de la pandemia), también se están relajando las medidas de aislamiento? La respuesta es una combinación macabra entre “mejor que se muera la gente que la economía” e “igual se van a morir, la cuestión es si por la enfermedad o por el hambre”. Así, nos vemos frente a una semi obligatoriedad para abrirnos de nuevo. Abrir los mercados, liberar las restricciones de movilidad, acercarnos entre nosotros en la medida de lo posible.

Sin embargo, la relajación de las medidas de aislamiento y cuarentena de ninguna manera puede significar un retorno a la normalidad. No hay un volver a un mundo pre pandémico. La cuarentena ha tenido consecuencias demasiado importantes como para ignorarlas y pasar a otra cosa. Hay que reclamarle a los gobiernos sus manejos ineficientes de la pandemia y evidenciar sus tiranías. Hay que vigilar que esos poderes extraordinarios de los que se hicieron para combatir el COVID-19 los usen para solventar la crisis que vivimos y no para impulsar medidas autoritarias y concentrar más poder en el ejecutivo.

Antes que nada, hay que evitar pensar en la pandemia como un asunto de cuatro meses, algo que pronto se va a acabar. Pensar que estamos en el fin solo puede llevarnos a cometer los mismos errores que al inicio y volver a disparar focos de la enfermedad. ¿Habrán oleadas de contagio?, ¿tendremos que suscribirnos a regímenes intermitentes de cuarentena?, ¿seremos capaces de someternos a un nuevo encierro rígido? Aún no sabemos cómo va a ser el comportamiento del virus a futuro, tampoco cómo será la reacción humana. En muchos lugares las personas siguen sin creer el peligro del contagio porque no tienen confianza en las instituciones que han alertado sobre el virus, de modo que se exponen innecesariamente. Las campañas de prevención y las medidas de bioseguridad (lavarse las manos, usar tapabocas, etc.) deben mantenerse. Garantizar el acceso al agua y a los implementos sanitarios debe ser primordial.

Es necesario plantear políticas económicas pensadas a mediano y largo plazo para atender las consecuencias de la pandemia que se prevé dejará 29 millones de nuevos pobres en la región. A raíz de la cuarentena muchos trabajadores del sector informal y de bajos ingresos se han quedado sin empleo y sin prospectos de alguno en el futuro inmediato. Contrario a lo que se promulgó, en muchos lugares los arriendos no se suspendieron, los servicios se siguieron cobrando y hasta aumentando. Las personas salen de la cuarentena muy endeudadas porque los compromisos monetarios siguieron mientras que sus ingresos decayeron. Ahora hay que elaborar un sistema que permita aliviar las deudas.

La renta básica (o políticas afines) como un ingreso que reciben mes a mes las personas que más lo necesiten, sin discriminación de si están o no empleadas, debe tornarse en realidad para subsanar la debacle económica que significó la cuarentena. Esta política, a diferencia de los subsidios o las ayudas de mercado, cubriría a una población mucho mayor, lo que se traduciría en un alivio para los sujetos y un incentivo para la economía. Las crisis suelen traer consigo cambios profundos, para bien o para mal. Si queremos aprovecharla debemos obligar a los gobiernos a enfocar los esfuerzos y beneficios donde realmente pueden hacer una diferencia.

Necesitamos revalorizar el trabajo de cuidado. Asumir el peso que realmente tiene en la economía y en el mantenimiento de la vida. Reconocer que normalmente es un trabajo feminizado, subpagado o no remunerado y actuar en consecuencia. Necesitamos dejar de pensar que solo son merecedoras de atención médica las personas que son capaces de pagarla [Este principio (medicina pal que pague y sino que se muera) es el mismo que se esconde detrás del clamor de todas las vidas importan y que oculta el verdadero problema].

Una pregunta sensata sería de dónde se obtendrían los fondos para tales reformas. Elevar impuestos a los sectores con mayor ingreso, quitar subsidios ineficientes/corruptibles y que los funcionarios dejen de saquear al Estado son solo algunas de las fuentes de donde pueden obtenerse recursos nacionales para fortalecer los sistemas de salud y de cuidado. Internacionalmente existen planes de cooperación financiera para afrontar las consecuencias del COVID-19 en la región, en especial en materia de migrantes y refugiados quienes son más fuertemente golpeados por la pandemia. Tampoco podemos obviar las redes de solidaridad que pueden tejerse entre los habitantes y de las que hallamos muchos ejemplos en la cuarentena.

La propuesta puede leerse utópica, pero más que utópica es necesaria. Naomi Klein, autora de La doctrina del shock, nos recuerda que lo que llamábamos normalidad hace meses tenía diversas partes del mundo literalmente en llamas, aquella normalidad derivó en sistemas de salud debilitados y mal equipados, aquella normalidad engendró cuerpos malnutridos incapaces de combatir el virus. Nuestra vieja normalidad generó esta anomalía. Si continuamos con ella es inevitable que la anomalía se siga reproduciendo.

No podemos desear una nueva normalidad y pretender seguir los caminos de la anterior, aunque ya lo estamos haciendo. Algunos gobiernos están liberando de ciertos controles ambientales a las empresas -que de por sí nunca se cumplen- con la excusa de dinamizar la economía. Acumulamos más basura por todos los descartables que debemos utilizar por bioseguridad. Seguimos dejando a su suerte a lxs más vulnerables. Todos estos son boomerangs que estamos lanzando para recoger sus trágicos efectos en el futuro próximo.

Ahora bien, este no es un llamado a la inacción, ni al todo está perdido, sino lo contrario, a involucrarnos en la construcción de una nueva normalidad, una normalidad construida desde el principio de protección de la vida, la salud y la libertad. Suena romántico, pero para materializarlo se necesita voluntad política y hay que exigirla. Hizo falta una crisis para que el Estado retomara su razón de existir que es la de proteger a las personas. No podemos dejar que se vuelva a olvidar.

Si la pandemia rompió el espejismo y dejó al desnudo las más crueles desigualdades, debemos buscar ahora nuevas posibilidades. Para los que nos hemos pasado más de la mitad de nuestra existencia entre crisis (económica, ambiental, de gobernabilidad, etc, etc.) se hace evidente que hay algo a gran escala que no está funcionando. Tenemos que exigir respuestas mejores a la situación que estamos viviendo. Tenemos que exigir mejores gobernantes. Tenemos que ser partícipes y agentes de nuevas formas de relacionarnos, de informarnos, de cuestionarnos el status quo y tomar un rumbo distinto hacia una nueva normalidad más habitable.

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